El escritor argentino Jorge Luis Borges decía que un actor es alguien que “finge ser otro frente a un público que juega a tomarlo por ese otro”.
Es la versión feliz del impostor, pero hay otra que no lo es tanto, al punto de comprometer la seguridad en nosotros mismos.
Es común en los coaches que comienzan sus prácticas toparse con la barrera del Síndrome del Impostor.
De pronto y de manera imprevista comienzan a sentir los primeros síntomas.
Se sienten inferiores a sus clientes y se preguntan a sí mismos ¿cómo podría yo agregarle valor a esta persona si es mucho más exitosa que yo, o tiene un negocio mucho más grande que el mío?
Sin duda es un pensamiento limitante, pero lo peor es que mantiene atados, tanto a coaches como a sus negocios y prácticas de coaching, a un nivel mediocre donde no consiguen clientes ni buenos ni grandes. En sus mentes, prosperan la duda y un pernicioso sentimiento de inferioridad.
¿Qué vamos a ver?
¿Qué es el síndrome del impostor? ¿Qué dicen los psicólogos?
Las características del Síndrome del Impostor han sobrevivido sin alteraciones hasta nuestros días, desde que fueran descritas por primera vez por las psicólogas estadounidenses Pauline Rose Clance y Suzanne Imes, en un artículo científico, en 1978, en el cual lo llaman Fenómeno del Impostor, término que ratifica Clance en su libro de 1985.
Aunque por entonces el estudio se basaba en mujeres exitosas, con los años el síndrome se atribuye a los hombres por igual. Quienes lo padecen son incapaces de atribuirse el crédito de sus éxitos, como tampoco reconocen su propia capacidad y conocimientos, ni siquiera su experiencia y trayectoria. Alegan que se trata de suerte, ayuda externa o a episodios accidentales, por lo que viven inseguros y cualquier fracaso no hace más que ratificar, para sí mismos, su condición de impostor.
Hoy en día se considera una afección frecuente y, en más de 40 años, la psicología aún no determina su origen. Algunos piensan que comienza en la infancia (padres exitosos que presionan a sus hijos a conservar la estirpe familiar o eligen a uno en particular como el favorito insuperable, por más que se esfuercen sus hermanos en emularlo). Otros, lo atribuyen a entornos sociales disfuncionales que deciden arbitrariamente quién es un perdedor y quién un ganador.
Como coaches, ¿tenemos que ser “mejores” que nuestros clientes?
Algunos coaches se han especializado en el Síndrome del Impostor. Otros lo padecen. Es un tema importante en el mundo del coaching porque, al mismo tiempo para el coach, el Síndrome del Impostor inhabilita y a la vez constituye un reto que posibilita y consolida su crecimiento.
Yo pasé por eso y durante mucho tiempo me sentí inferior a mi cliente. Sentía temor hasta que descubrí un par de cosas que quisiera compartir con ustedes.
Me di cuenta de que, si uno piensa en un atleta olímpico, bueno… ningún coach es mejor que un atleta olímpico. Corre y nada más rápido, tiene habilidades mucho mejores; sin embargo, es el coach el que sabe lo que el atleta tiene que hacer para mantener su crecimiento personal y profesional, sabe cómo observarlo y qué decirle.
Entendí finalmente que un coach tiene que conocer, en vez de las respuestas, las preguntas adecuadas. Descubrí, con alivio, que un coach no tiene por qué ser mejor que su cliente, no lo necesita.
Cómo vivir con el síndrome de impostor: aprendiendo a hacerlo
Otra de las peculiaridades de padecer el síndrome del impostor es que en realidad no cesa. Es como ese temor a la oscuridad que teníamos cuando niños y que persiste en la adultez como un leve estremecimiento, apenas medio segundo, cuando apagamos la luz.
Siempre estará allí, no desaparece ni siquiera cuando nos sentimos más seguros, cuando aumenta nuestro nivel como coaches y logramos conseguir clientes importantes y complejos.
Tenemos que aprender a convivir con él, tratar de no tenerlo frente a nosotros, como una barrera que nos separe del cliente, sino colocarlo a nuestro lado como un acompañante al cual prestemos la menor atención posible. Con entrenamiento, siendo cada más conscientes de nuestras capacidades y reafirmando con determinación la autoestima y seguridad en nosotros mismos, aunque sobreviva se volverá imperceptible.