El triángulo del drama es quizá uno de los esquemas más antiguos presentes en las relaciones humanas y, curiosamente, la palabra drama ha evolucionado desde que los antiguos griegos la emplearan para llamar a cualquier obra de teatro.
Luego sirvió para denominar un género literario que se desarrolla en base a diálogos y finalmente la usamos para denominar toda historia o situación que nos conmueva intensamente.
También tildamos de “dramática” a una persona que suele exagerar lo que siente, pero el triángulo dramático se refiere a los roles que solemos tomar en nuestras relaciones interpersonales que no necesariamente tienen que ser “dramáticas”, tal y como solemos emplear el término.
¿Qué vamos a ver?
El héroe, la víctima y el villano
Existen tres roles bien definidos, desde que el esquema fuera tomado por los psicólogos: el héroe (también llamado “salvador”), el villano (“perseguidor”, para algunos) y la víctima que todos conocemos y que termina siendo la de siempre.
Lo interesante de este triángulo es que podemos encontrarlo en las historias, fábulas, mitos, cuentos y todo tipo de representaciones desde el principio de la humanidad, y aparece espontáneamente en entornos familiares, escolares y laborales con una característica común: es increíblemente dinámico.
Los roles no son fijos, aunque existen tendencias en cada uno de nosotros, incluso preferencias personales para adoptar uno u otro papel, podemos intercambiarnos en cualquier momento de acuerdo con las circunstancias: la víctima puede convertirse en héroe y el villano en víctima o exactamente al revés.
En medio de un conflicto, tenemos a la vez la tendencia y también la opción de escoger entre estos tres roles. Está el héroe, está el villano y está la víctima, y muchas veces, naturalmente, nos ponemos en una de esas posiciones.
Pensándolo bien, yo, normalmente tiendo a ser un héroe, siempre quiero estar salvando a la gente. Es mi posición natural, si veo a una víctima la quiero ir a ayudar, quiero ver cómo está, cómo se siente, cómo mejorar su situación.
Al mismo tiempo, tengo otras personas en mi entorno que parecen villanos, personas que cuando entran en un conflicto les encanta juzgar, apuntar y señalar a los demás.
Luego, hay otras personas a mi alrededor que les gusta ser víctimas y como tales empiezan por decir “ay, por qué esto siempre me pasa a mí”, “cómo se hace esto”, “cómo lo hago” o “no sé cómo lograr esto o aquello”.
Se trata de tres dinámicas muy simples en las que, en cualquier tipo de drama, cualquier tipo de conflicto, una persona naturalmente adopta ese rol.
El síndrome del héroe
El problema que yo veo en la mayoría de nuestros coaches es que, cuando están pasando por el curso de coach, a la mayoría de nosotros nos encanta salvar.
Se nos olvida que al salvar a nuestros clientes, con nuestro síndrome del héroe, lo que estamos haciendo es lo contrario. No estamos ayudando a la víctima a empoderarse a sí misma, por lo que, como coaches, nos toca que cambiar esta dinámica.
En vez de decirle al cliente lo que tiene que hacer, de a ir al rescate, de salvarlo, de hacer todo lo posible para que el cliente o la víctima esté en posición de no tener que resolver nada, lo que debemos hacer es empoderarlos y con ello habilitarlos para resolver sus propios problemas.
El villano en acción
Contrario al rol de héroe, está el de villano. Cuando ejercemos el papel de villanos, en vez de salvar juzgamos y señalamos.
Si por tendencia somos villanos, en lugar de juzgar y señalar, nuestro papel como coach debe ser el de formular retos para el éxito, para el crecimiento, para que la persona alcance el próximo nivel y logre lo que se propone.
Ni héroes, ni villanos
Es el famoso dilema entre enseñar a alguien a pescar o darle el pescado.
Es importante que nosotros como coaches nos salgamos de ese papel de héroes o de villanos. Que empecemos a actuar como verdaderos coaches que empoderamos a nuestro cliente (la víctima) y le demostramos que él o ella sí puede resolver sus propios problemas; es decir, lo enseñamos a pescar.
Le enseñamos para que pueda superar sus propios miedos, se haga sus propias preguntas y obtenga sus propias respuestas, para que pueda empoderarse y tomar las decisiones correctas.
Si deseas ser un verdadero coach, no caigas en la tentación (en la que siempre caemos) de ser un héroe o ser un villano, asegúrate de hacer las preguntas correctas y empodera a tu cliente.